lunes, 28 de marzo de 2011

LA DIMENSIÓN NATURAL, CULTURAL Y SOCIAL DEL SER HUMANO


  1. Somos naturaleza y cultura.
  2. El origen de la vida y la evolución de las especies
  3. La evolución humana la antropogénesis.
  • La evolución natural: el proceso de hominización: bipedismo, cambio en la estructura del pie, modificación de la columna, liberación de las manos, aumento de la capacidad craneal, etc. Ahora bien, ¿qué explica verdaderamente la aparición de la inteligencia? Posiblemente procede de una mutación genética que dio entre unos individuos que fueron capaces de aprovechar favorablemente dicha mutación.
  • La evolución cultural: el proceso de humanización (caza, descubrimiento del fuego, largo aprendizaje, aparición del comportamiento social y aparición del lenguaje).

      4. La dimensión socio-cultural
  • La cultura: funciones, elementos culturales, cultura y sociedad. ¿Es posible desarrollarse como individuo sin vivir en sociedad? Sobre el mito de los niños salvajes y el proceso de socialización resulta de interés el siguiente enlace.
  • Individuo y sociedad. Sobre la intervención social puede ser sugerente la siguiente lectura.
     Para terminar, acerca de la problemática filosófica inherente a la naturaleza del hombre resulta sugerente la siguiente selección de citas hecha por la profesora María Jesús Gorraiz. Del mismo resulta interesante el acercamiento a la figura de Arnold GEHLEN.



martes, 15 de marzo de 2011

LA CONSOLIDACIÓN DEL LIBERALISMO EN ESPAÑA

A continuación os presento un tema que podéis encontrar en el siguiente enlace I, y II. así como otros dos en los que podéis encontrar una selección de textos y un cuadro en el que aparecen las principales formaciones políticas del periodo que nos ocupa.

La consolidación del liberalismo (1833-1868) 

1.  Las regencias, liberalismo y guerra carlista 

1.1.  Los liberales en el poder 

A la muerte del rey Fernando VII (1833), su viuda, María  Cristina, se  encargó de la regencia hasta que Isabel II, nacida en 1830, alcanzase la mayoría de edad.  Pero los  partidarios  de Carlos María Isidro, procedentes de los  sectores absolutistas más  intransigentes, no aceptaron el testamento de Fernando VII y se alzaron en armas contra la  regente, que se vio obligada a buscar el apoyo de los liberales  Los tres primeros años de regencia sirvieron para que los  liberales moderados, algunos de ellos retornados del exilio, fueran  afianzándose en la política (Martínez de  la Rosa). Al principio, el instrumento político fue una carta preconstitucional, el Estatuto Real,  que  establecía  unas  Cortes bicamerales (Estamento de Próceres, de nombramiento real, y Estamento  de  Procuradores,  elegido indirectamente con un censo electoral  muy  reducido: 0,15%), carentes de iniciativa  legislativa  y que sólo  pueden deliberar sobre los  asuntos planteados en los decretos reales o solicitar a la Corona una proposición de ley. 

La guerra  civil y la  desastrosa situación  económica  provocaron, ya en 1835,  sublevaciones de las milicias urbanas, que exigían una ampliación de las libertades políticas  y del sufragio, y reclamaban la entrega del poder a políticos progresistas como José M.  Calatrava y Mendizábal.  En 1836, una revuelta contra la regente, organizada por  suboficiales del ejército (el  motín del Palacio de la Granja), obligó a María Cristina a  ofrecer de nuevo el poder a los  progresistas y a aceptar la puesta en vigor de la  Constitución de 1812. Aunque,  inmediatamente, los progresistas redactaron una nueva carta magna (Constitución de 1837) con algunos cambios respecto de la de 1812 que la hacían bastante más moderada. 

En la Constitución de 1837 los progresistas renuncian a alguno de  sus principios básicos en favor del programa de los moderados y de la propia corona. Progresistas son: la declaración de la Soberanía nacional,  que aparece en el preámbulo; el  reconocimiento de los  derechos individuales, entre los  que  destaca la libertad  de expresión (art.2); la no confesionalidad del Estado (art.11); la elección popular de los ayuntamientos (art. 70) y la Milicia Nacional (art.77). Concesiones al moderantismo son: la ampliación de poderes del monarca: iniciativa legislativa;  facultad  de convocar,  suspender y disolver las Cortes; nombramiento y  separación de  los ministros; la sanción y promulgación de las leyes (arts. 36, 26, 47, 46); la estructura bicameral de las  Cortes, con un Senado  mixto, de elección y nombramiento regio, y un Congreso de Diputados de elección directa y censitaria (arts. 13, 15, 23). 

Con este marco constitucional  se  pudieron promulgar algunas leyes  revolucionarias,  como la supresión de la obligación de pagar diezmos a la Iglesia, la eliminación de aduanas  interiores, la desamortización (venta en subasta) de los bienes patrimoniales de la Iglesia, la desvinculación de los mayorazgos y la supresión de los gremios para favorecer el  crecimiento de la industria.  Finalizada la guerra carlista, un gobierno dirigido por el moderado Pérez de Castro  intentó nuevamente limitar las reformas y la participación  de las clases medias  urbanas, promulgando una Ley de Ayuntamientos que suprimía el derecho de los ciudadanos a elegir  a sus alcaldes, que pasaban  a ser de nombramiento gubernativo. Hubo nuevas  sublevaciones populares y María Cristina se  vio obligada a renunciar a la regencia. Las Cortes eligieron como regente al general Espartero, reciente vencedor de los partidarios de Carlos María Isidro, los carlistas. El general Espartero, que contaba con el apoyo de los  liberales progresistas, gobernó hasta 1843 de manera  dictatorial,  reprimiendo a los  moderados y sin someterse nunca al Parlamento. Espartero se ganó el rechazo de todos: su política radicalmente librecambista ponía en  peligro la incipiente industria catalana, por lo que los fabricantes textiles de Cataluña, aunque mayoritariamente liberales, rechazaron la política del Gobierno. Al movimiento catalán se  unió la oposición de los vascos, que habían visto cómo, por su apoyo a los carlistas, la Ley Paccionada de 1841 reordenaba los fueros vasconavarros. Además, los  políticos liberales moderados, que habían sido desplazados del poder en 1840, comenzaron a organizar su ataque al Gobierno.  Algunos sectores liberal-progresistas (los demócratas), que habían apoyado inicialmente a Espartero, se enfrentaron a él pues no aceptaban las formas autoritarias y  represivas del regente, aunque se hiciesen en nombre del liberalismo. En 1843 se inició una revuelta militar encabezada por Narváez que hizo caer al Gobierno. Espartero huyó  y se  exilió en Londres. No regresó a España hasta 1849. 

1.2.  La Primera Guerra Carlista (1833-1840) 

La Primera Guerra Carlista fue, en realidad, una guerra civil. Los carlistas, absolutistas  intransigentes y partidarios de los derechos hereditarios del hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro, se enfrentaron a la regente María Cristina. En el otro bando se situó un  grupo de liberales y de absolutistas más moderados, los isabelinos, que aceptaron a Isabel  II como heredera de su padre. Mientras los isabelinos  defendían el liberalismo con sus reformas  (proceso desamortizador,  nueva política unificadora, abolición del régimen gremial), los carlistas aglutinaban a los partidarios  del  Antiguo  Régimen o  a  quienes se  sintieron perjudicados por el proceso reformista: el clero, el pequeño campesinado, el artesanado y los  territorios de régimen foral. El carlismo sólo prendió en los medios  rurales de la  zona vasconavarra, la Cataluña interior y el Maestrazgo; los grandes centros urbanos quedaron fuera de su control. El carlismo, por otra parte, mostró una gran pobreza ideológica: su lema Dios, patria,  Rey y Jueces,  resumido en el binomio Trono  y Altar, definía toda la teoría oficial política.  A  estos elementos se sumó la defensa del foralismo. 

Los carlistas se hicieron fuertes en el norte de la Península. El general carlista Ramón Cabrera, acompañado  por el pretendiente a la Corona, llegó en una  expedición desde la  zona del Maestrazgo hasta las puertas de Madrid (Expedición Real  de 1837). El coronel  Tomás de  Zumalacárregui consiguió organizar el ejército rebelde y consolidó  el poder  carlista en el País Vasco. La muerte de este célebre caudillo militar, acaecida en junio de 1835 durante el sitio de Bilbao, puso fin a la tendencia ascendente del carlismo en la región  vasconavarra, donde había cosechado sonadas victorias contra las tropas isabelinas. A partir de 1835, la victoria del ejército isabelino obligó a Carlos María Isidro a huir a Francia. En 1839, el general isabelino Baldomero Fernández Espartero y el general carlista Rafael  Maroto mantuvieron conversaciones que culminaron en el Convenio de Vergara, que supuso la finalización de la Primera Guerra Carlista.  El acuerdo  garantizaba la conservación de algunos derechos forales y reconocía los empleos y grados del ejército carlista. El  pretendiente don Carlos no aceptó el convenio y se exilió en Francia. 

2.  La década moderada 

El general Ramón María Narváez puso fin, mediante un pronunciamiento militar, a la regencia de Espartero. Proclamada mayor de edad a los 13 años, Isabel II asumió el trono  de España (1843) y encargó la formación de gobierno al partido moderado, liderado por el  propio Narváez (1844). Con el apoyo de los sectores burgueses más conservadores, el partido moderado  gobernó durante diez años con mano dura. Derogó la Constitución de 1837 y redactó otra nueva en 1845. La mayoría de los artículos de la Constitución de 1845 son la transcripción literal de la Constitución de 1837; sin embargo, los cambios revisten una gran importancia: su preámbulo no hace explícita mención a la soberanía nacional, sino que se plantea el carácter  compartido de la soberanía (Cortes con el Rey); se reafirma el carácter confesional del Estado (Art.11); el Senado,  de nombramiento real y vitalicio, adquiere mayor relevancia que el Congreso (Arts.14 y  17); se incrementan los poderes del  rey con  el nombramiento  de  senadores y mayor libertad en materia matrimonial; no se contempla el Poder Judicial, sino sólo la  Administración de Justicia, limitando así su independencia (Art.67); se suprime la Milicia Nacional. Por otra parte, una serie de disposiciones legislativas complementarias suprimieron o restringieron elementos básicos de los progresistas: se restringe el censo electoral a menos de 100.000  personas; se capacita al  gobierno  a nombrar directamente  a los alcaldes en los municipios de más de 2.000 habitantes; se exigen elevados depósitos para editar un periódico
y se suprimen los jurados populares para los delitos de prensa.  El edificio de la Administración española fue levantado y perfeccionado a lo largo de la  gran época moderada. 

La actual organización ministerial data de esta época (Consejo de  ministros,  Presidencia).   La administración regional se basó en la nueva división provincial (49) realizada  en 1833 (Javier de Burgos). En 1834  las provincias se dividieron en  partidos judiciales. Se estableció,  así, una administración homogénea, con las mismas autoridades que tienen el  mismo poder y ejercen iguales funciones: el Gobernador Civil, representante del gobierno y  delegado del rey, los  delegados provinciales de cada ministerio, y la Diputación Provincial (creada por Mendizábal), con una función consultiva.   La administración municipal estaba dirigida por el  alcalde, de nombramiento  gubernamental, y por el ayuntamiento, formado por los concejales electos.  La organización judicial, basada en una jerarquía de jueces, se acomodaba a la división  administrativa:  jueces de paz (municipios),  jueces de  primera instancia (partidos judiciales), audiencias territoriales y Tribunal Supremo.   Otras reformas importantes se recogen en nuevas leyes: Ley Fiscal, Código Civil y 
Código Penal, Ley de Sociedades por Acciones. Los políticos moderados intentaron un acercamiento a la Iglesia, enemistada con el  régimen liberal desde la desamortización de 1836. En este sentido, en 1851 se firmó un convenio de colaboración con el Vaticano por el que la Iglesia recuperaba muchos de sus  privilegios y era autorizada para intervenir en la enseñanza. En 1844 se creó la Guardia Civil, cuerpo policial de  carácter militar destinado a  mantener el orden en las zonas rurales y que, en la práctica, aseguraba el derecho a la propiedad de los terratenientes en el campo.  

Los gobiernos de la Década Moderada favorecieron los negocios financieros  (construcción de obras públicas, provisión de material del ejército, promociones  inmobiliarias, etc.) en los que participaban políticos y personajes relacionados con el poder  y, en ocasiones, miembros de  la familia real. La  corrupción y el autoritarismo de los  gobiernos  moderados hicieron que, en 1854, las clases populares dieran su apoyo a un alzamiento liberal de carácter progresista que planteaba renovar este ambiente político. 

3.  El bienio progresista 

El llamado Bienio Progresista se inició con un pronunciamiento militar, conocido como  “la Vicalvarada” porque tuvo lugar en los cuarteles de Vicálvaro de Madrid. Su instigador fue otro general, Leopoldo  O’Donnell, líder del partido Unión  Liberal. En  este alzamiento, de carácter revolucionario, participaron también  amplios sectores liberales y populares de ciudades como Zaragoza, Barcelona y Madrid. El movimiento no pretendía destronar a la reina Isabel II, enemiga declarada del constitucionalismo, sino forzarla a admitir las reformas democráticas interrumpidas en 1844.   Después de “la Vicalvarada”, Isabel II pidió al general progresista Espartero que  formara gobierno, con lo que volvieron a adoptarse las medidas radicales que habían caracterizado la etapa de la regencia de Espartero. Se comenzó a elaborar una nueva carta  constitucional que finalmente no fue puesta en práctica, por lo que se conoce como “nonnata”. Los jesuitas fueron expulsados de España, bajo la acusación de conspirar con los  antiliberales, y se prohibieron las  procesiones y las manifestaciones externas del culto católico. 

Otra medida importante del gobierno de Espartero fue la aplicación de una segunda  desamortización (1855), que supuso el embargo de los bienes comunales de los municipios. Las consecuencias de  esta medida fueron, en parte, beneficiosas,  porque se pusieron en cultivo tierras que antes eran improductivas. Pero esta desamortización también provocó un empeoramiento de las condiciones  de vida de los jornaleros y los agricultores que tenían  pocas tierras, para quienes estos terrenos (de los que obtenían frutos, leña, pastos, etc.) servían como complemento de su economía.  Del año 1855 es también la Ley de Ferrocarriles, a partir de la cual se planificó la red ferroviaria que tanta  importancia tuvo en  el desarrollo del  capitalismo español, y la regulación del sistema bancario español. 

4.  La Unión Liberal y la crisis 

El Bienio Progresista terminó por la reacción de los liberales  moderados y las presiones de la Corona y de los sectores eclesiásticos. Narváez se puso de nuevo al frente del Gobierno, y comenzó un largo período caracterizado por el predominio de tres sectores sociales en la política: los terratenientes, los militares conservadores y la Iglesia. En estos años se sucedieron los gobiernos  de los generales Narváez y O’Donnell, este último con  unas posiciones más  moderadas que en 1854. Desde entonces los liberales exaltados quedaron  marginados del Gobierno. En este período destacan la paralización de la  desamortización de 1855, el reconocimiento a la Iglesia de muchas de sus prerrogativas y  privilegios tradicionales, la dura represión contra las revueltas campesinas llevada a cabo por la Guardia Civil, cuerpo que fue fortalecido con recursos materiales y humanos, y, por  último, el establecimiento de prácticas electorales que tuvieron como resultado la corrupción del sistema político, como la institucionalización de la compra de votos, los pucherazos — añadir o sacar votos de las urnas— y la creación de un sistema de caciques locales que, a cambio de cargos u otros beneficios, controlaban las elecciones, a menudo fraudulentas. 

El período  de mayor prosperidad  durante esta etapa conservadora coincidió con el gobierno del general O’Donnell (1858-1863), conocido como “Gobierno largo”, ya que fue el  de mayor duración de todo el siglo XIX: cinco años. Este gobierno se benefició de una época de buenas cosechas y de expansión comercial, gracias a las bases coloniales de Cuba y de Filipinas. Además, en aquellos años tuvo lugar una guerra civil en Estados Unidos, la guerra  de Secesión (1861-1865), que favoreció la exportación de productos españoles. 
En este período también se inició una política exterior a imitación de las grandes  operaciones coloniales de las potencias europeas de la época, aunque no tuvo  la misma envergadura. En este  sentido, se  enviaron tropas a Cochinchina, que hoy forma  parte de Vietnam, para defender a los  misioneros  españoles; algunas  expediciones militares  destinadas  al norte de África, que  partieron de las plazas  españolas de Ceuta y Melilla,  acabaron en una guerra abierta contra el sultán, en la que el ejército español triunfó en las famosas batallas de Los Castillejos y Wad-Ras; se ocupó militarmente Santo Domingo,  aunque poco después se perdió; se envió un ejército a Méjico dirigido por el general Prim,  que consiguió fama como militar cuando tomó la ciudad portuaria de San Juan de Ulloa y,  como diplomático, al decidir la retirada española de México (1862).  En 1864 volvió Narváez a gobernar, entregando el Ministerio de Gobernación a  González Bravo. Frente a la política conservadora de los moderados, crecían en España las aspiraciones a mayor libertad y derechos civiles. La política moderada respondía con represión a las demandas de libertad. Tras la destitución de los profesores universitarios  republicanos Castelar y Sanz del Río, y las protestas estudiantiles que siguieron, el Ejército  actuó con gran  violencia (noche de San Daniel). Hubo nuevos pronunciamientos  progresistas alentados por el general Prim que llevaron a una represión durísima, con el  fusilamiento de los  sargentos del  cuartel de  San Gil. La muerte de O´Donnell y Narváez  incrementaron el aislamiento del trono.  

La crisis  política estuvo acompañada por una crisis económica con varias  manifestaciones: paralización de las construcciones ferroviarias, quiebras  bancarias, carestía del algodón en rama, malas cosechas y alza de los precios del trigo, etc.  En esta situación, la corte de Isabel II y la propia reina se desprestigiaban día a día y el  malestar social llevaba a una alianza de progresistas y demócratas, concretada en el Pacto de Ostende (1866) que incluía un acuerdo para destronar a Isabel II.

LOS FÓSILES DE HERTO


En junio de 2003, la revista científica de Nature daba un espaldarazo que parecía definitivo a la tesis según la cual los actuales humanos procederíamos del noreste de África. Y este origen se remontaría como máximo a 200.000 años. Allí, por lo tanto, habría una clase de homínidos que podríamos considerar como nuestros más recientes ancestros comunes. Los autores del trabajo intentan dar una fecha más precisa, a saber 160.000 años atrás. 

Contemporánea de tal grupo de homínidos sería el conocido grupo conocido como neandertales clásicos. La tesis es que estos últimos serían anatómica, genética y morfológicamente totalmente diferentes. Entre otras cosas, como el resultado de la diferencia de orígenes. Los neandertales procedían de Europa y son descendientes del Homo Heidelbergensis, mientras que los que aquí nos interesan son descendientes de la especie africana conocida como Homo rhodesiensis. Suele enfatizarse que el destino de ambos grupos no tendría alguna intersección.

No es ésta, sin embargo, la tesis de Erik Trinkaus para quien sería factible un hipotético entrecruzamiento que daría como resultado una suerte de regresión anatómica-morfológica traducida, por ejemplo, en el hecho de que la mandíbula de un sapiens de hace 35.000 años presentaba más rasgos arcaicos que las mandíbulas de otros fósiles anteriores. Ahora bien, este descubrimiento de Erik Trinkaus en Rumanía no sólo entraría en contradicción con los estudios genéticos indicativos de que la mitocondrias de los humanos carecerían de presencia genética heredada de los neandertales, sino que el hecho mismo de que el resto hallado sea una mandíbula debilita la tesis:bel paleontólogo español Eduardo Carbonell ya señaló en su momento que este descubrimiento que este tipo de restos presentan una gran variabilidad estructural.

Ahora bien, la supuesta exclusión de la hipótesis de que el neandertal haya contribuido de manera significativa a la configuración de los modernos humanos conduce a una reinterpretación del mapa descriptivo del origen de nuestra especie.

Entonces ¿los fósiles de Herto representan definitivamente al moderno Hono sapiens? La respuesta de White  y de su equipo es matizada: nos hallaríamos en presencia del más antiguo representante de nuestra especie, no del Sapiens Sapiens, sino del Homo sapiens idaltu.

A continuación os presento una serie de enlaces que os serán de gran interés, espero... 






A VUELTAS CON EL CONTRACTUALISMO

¿Cómo sería la vida del ser humano si no hubiera leyes ni gobierno? Las teorías contractualistas surgen en el mundo con el ascenso de...